La tradición manda que los adultos les enseñen a los niños. Se trata de que los adultos den el ejemplo y los chiquillos seguirlos. Hay un tema en que los menores mandan y dictan pautas con acciones muy concretas. Le demuestran un sincero cariño al medio ambiente y de esa manera le dicen a la gente mayor que es hora de terminar con sus cochinadas.
Como un acto mecánico, veo a un fulano botando una cajetilla en la calle. Tal vez no sea una agresión tan grande. Pero se pueden sumar otras acciones parecidas y en poco tiempo: una bolsa de plástico, el envoltorio de unas galletas, una pequeña botella de plástico y podría seguir sumando. A la mayoría de los “viejos tercios”, se le pone cuesta arriba enmendar rumbos.
Hay muchos malos hábitos enquistados en nuestra conducta diaria. Jamás hemos entendido aquello de que “no hemos heredado la tierra de nuestros padres, la tenemos en préstamo de nuestros hijos”. Si nos aproximáramos a comprender el significado de ese mensaje, estaríamos ampliamente comprometidos con lo ecológico.
La realidad, sin embargo, es triste y avergonzante. Trabajo harto difícil, aunque no imposible, es lograr un cambio de mentalidad. Ciertamente hay personas adultas que están muy preocupadas por el problema de la contaminación. Tienen una clara filosofía de cómo desenvolverse. Valoro los esfuerzos que algunos líderes hacen para que haya mejor calidad de vida en este país. Lo que no me gusta es el extremismo exagerado. Rechazo a quienes están constantemente proponiendo prohibiciones innecesarias o soluciones de un costo
salvaje.
También trato de eludir a quienes, amparados en el color verde, todo lo hallan negro; a quienes, con un fanatismo fastidioso, tachan cuanto proyecto se formule, a quienes, con un populismo oportunista, apoyan toda protesta que tengan a su alcance. En cambio, da mucho gusto ver cómo se manifiesta en este asunto a una enorme cantidad de chicos. Existe en ellos un ánimo distinto. Los consejos que reciben en la escuela calan profundamente en su espíritu. Lo que más impresiona es que son prácticos. Están lejos de la demagogia. Muchos pequeños no entienden eso del desarrollo sustentable de que hablan los técnicos. Pero a la hora de actuar hacen lo correcto y demuestran que están siempre muy atentos a proteger el medio ambiente.
Los niños nos están demostrando a cada rato cuál es el camino correcto para vivir más en armonía con el entorno. Como justa consecuencia de lo señalado, sería muy provechoso que cada día más gente se vaya sumando a la cruzada. Repito, con actos efectivos de respeto al medio ambiente. Los discursos floridos o los airados pataleos, poco ayudan. En esta materia hay que ser concretos. Por eso es que es bueno, aunque el mundo esté al revés, seguir el ejemplo de los niños.